![]() |
Fotografia de J.L. Romero |
Sé
de una Isla allí arriba,
entre
el mundo y el infinito
y
allí quiero estar.
Me
llevaría
mi
Samsung con datos
y
conexión inalámbrica
y
mi Acer con carga solar,
firmaría
así un pacto
laboral
con
mi poesía
y
el gesto que la fabrica,
Y
los recuerdos,
algunos,
y mis miserias,
las
justas para recordar
que
sangro.
Me
llevaría el Kingston de dieciséis megas
de
Ram
con
Cohen, Rolling, Triana y Animals
Dylan,
Bruce y Serrat,
Y
si cabe, el Made in Japan…
Esta
Isla puede cambiar
el
poema de mi vida
y
no me daré cuenta.
Dará
igual,
peor
es la cuneta
y
quiero ser reconocible,
conseguir
de entre mis deseos
y mi otra verdad
separar
el sueño trascendente
del
inútil inaccesible.
He
de leer las ideas que poseo
en
voz alta
a
quien a mi lado ocupe
el
asiento libre
para
que yo pueda entenderlas.
Allí,
en esa Isla,
entre
el mundo y el infinito,
entre
la multa de tráfico
y
el espacio mítico
del
águila,
entre
una copa de vino
y
el néctar ya rancio
que
aguanta la fábula
de
los inexistentes seres divinos.
Ahí
está, a esa media altura,
dónde
poder condescender
y
aplaudir sin mirar,
a
veces sin entender,
y
la enorme locura
de
apoyar sin esperar.
Yo
seguiría enviando
mis
gotas de vanidad,
mis
letras, mis versos,
sobre
la vida de aquí
y
sobre la de allí,
mi
ego en literarios reflejos.
Si
no hay internet,
no
estaré tan lejos
con
Juan Salvador el libre
yo
enviaré mis pasos
porque
tampoco me quiero perder
en
el silencio del olvido
ni
en la distancia de ningún ocaso.
Necesito
esa Isla
de
distancia invisible,
el
caos que alimente nuestros misterios
de
lanza oculta
y
enemigo vencible.
Vamos,
yo volvería después
cuándo
los últimos destellos
del
volcán ardiente
de
la ignorancia
se
hubiesen calmado
y
volviera el espacio,
sin
fanfarria,
humilde
de lo bello,
de
lo espiritualmente sano,
lo
poético,
todo
eso que necesitamos:
lo
idílicamente humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario