(La guerra que se hizo para que no hubiera más guerras)
sobre mantas doradas
al sol brillantes
las rojas amapolas
en esos expertos campos
de la muerte en Flandes.
Y no durarían sin ser aplastadas.
Ilusos y engañados
en el barrio de la batalla
gritando para no oírse
llorando para no llorar,
soñando con poder soñar.
Miles de chavales
que de casa salieron rocas,
ahora desechos por la tierra
ya abonada
con más sangre y esqueletos
de otras épocas,
sin saber aún como se llaman
sus jóvenes rivales.
Miles y miles de cuerpos
en ese campo
que no es su campo,
en una causa
que no es su causa,
alimentando a los gusanos
flamencos
generación tras generación
sin marcar en la historia pausa.
Abandonaron su lecho templado
de sábanas salvajes
descontroladas por cuerpos candentes
para ir al barro, en un viaje
marcado por viejas mentes
descontroladas de un odio
manchado.
En ése Flandes,
campo de todos los Flandes
de antes, de luego y siguientes.
Maldita historia que se repite
rompiendo todos los sueños
muertos siendo urgentes.
Hoy, una amapola
rojo sangre
y tallo verde joven,
en Flandes nace
y brilla sola
para que alguien juegue y la robe
en un valle que no es de muerte,
ni maldita falta que hace. (Diciembre 2014/Toledo)
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