No
estuve en la Toscana,
tras
la batalla quedé aquí,
cuidando
las armas,
alimentando
al caballo,
podando
el jardín
abandonado
en el conflicto.
Mi
señora zarpó
a
celebrar su victoria,
su
triunfo feliz
y
contundente.
Otros
aires buscó
y
yo aquí,
de
celebraciones ausente,
me
quedé a la espera
de
la vuelta del guerrero
para
organizar de nuevo
la
hacienda, el ritmo
el
futuro en paz.
Esperando,
me quedé, a mi señora
sin
dejar nada al azar,
para
establecer las defensas,
drenar
el foso
y
limpiar los viejos caminos
que
nos lleven a la mar
vencido
ya el triple acoso.
No
estuve en la Toscana,
me
quedé aquí, pensando,
inquiriendo
en mi duda,
buscando
el espacio
en
la batalla y en el triunfo final
de
quien cuida del caballo,
recorta
el jardín
y
los caminos ha de limpiar.
La
guerra fue suya,
el
triunfo también.
La
celebración tiene dueño
y
estandarte
y
la resaca siempre, después
de
haber vivido en el límite
del
campo de combate
con
la espada del revés.
No
fue un mal sueño,
yo
estuve allí, lo vi,
lo
entrañé,
oí
silbar las lanzas
y
retumbar las catapultas,
pero
no sé si en la guerra,
aunque
juntos los cuerpos,
van
también juntas,
como
una sola, las almas,
no
lo sé.
No
estuve en la Toscana,
clebrando
la victoria,
sólo
mi señora lo hizo
porque
ella solo combatió
y
para ella es la gloria.
Para
mí el cobertizo
dónde
he de guardar la razón
de
que todo sea sólo un recuerdo
que
oscurezca en nuestra memoria.
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