sábado, 2 de mayo de 2015

No estuve en la Toscana

No estuve en la Toscana,
tras la batalla quedé aquí,
entre los eucaliptos,
cuidando las armas,
alimentando al caballo,
podando el jardín
abandonado en el conflicto.


Mi señora zarpó
a celebrar su victoria,
su triunfo feliz
y  contundente.
Otros aires buscó
y yo aquí,
de celebraciones ausente,
me quedé a la espera
de la vuelta del guerrero
para organizar de nuevo
la hacienda, el ritmo
el futuro en paz.
Esperando, me quedé, a mi señora
sin dejar nada al azar,
para establecer las defensas,
drenar el foso
y limpiar los viejos caminos
que nos lleven a la mar
vencido ya el triple acoso.

No estuve en la Toscana,
me quedé aquí, pensando,
inquiriendo en mi duda,
buscando el espacio
en la batalla y en el triunfo final
de quien cuida del caballo,
recorta el jardín
y los caminos ha de limpiar.

La guerra fue suya,
el triunfo también.
La celebración tiene dueño
y estandarte
y la resaca siempre, después
de haber vivido en el límite
del campo de combate
con la espada del revés.

No fue un mal sueño,
yo estuve allí, lo vi,
lo entrañé,
oí silbar las lanzas
y retumbar las catapultas,
pero no sé si en la guerra,
aunque juntos los cuerpos,
van también juntas,
como una sola, las almas,
no lo sé.

No estuve en la Toscana,
clebrando la victoria,
sólo mi señora lo hizo
porque ella solo combatió
y para ella es la gloria.
Para mí el cobertizo
dónde he de guardar la razón
de que todo sea sólo un recuerdo
que oscurezca en nuestra memoria.


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