la mar, Alberti.
La mar, la mar
en Cádiz
y en Veiga.
La mar, es la mar
que hasta sus olas mas bruscas
se elevan
te miran, te ven,
se acercan
y te mecen si te dejas.
Es la mar,
la mar que te aleja
cuándo quieres volver,
y te acerca
cuándo te vas.
Es la mar y no hay espacios
para Neptunos,
la mar no necesita dioses,
es ella quien resiste
a cada uno,
quien hunde, quien eleva
quien decide quién eres,
quién fuiste.
La mar, Alberti,
no lo dudes.
Aunque tú ya lo sabías.
La mar, la mar,
la madre, la hija,
la amante, la diosa,
la reina de la osadía.
Es la mar,
igual en Cádiz
que en Veiga.,
abriéndole a su cuerpo
en lenguaje, ahora si, masculino:
el Puerto.
La mar eterna
con salida y entrada
a sus insatisfechas entrañas,
a su matriz
de madre ansiosa
que ama y amaña
el sacrificio infundado,
como el otro dios imposible,
a sus hijos desconcertados.
Es la mar, la mar,
sin duda Rafael,
de allí venimos,
hacia allí vamos,
en cómodo horizonte,
dónde nos encontramos
los espíritus inquietos
que sobre el miedo montamos
como viejos hidalgos
del Quijote.
Marinos en sueños,
castellanos desacostumbrados
e inciertos,
junto al real marino salado.
Es la mar, la mar,
el sueño, el ansia, la vida,
el duelo.
En Cádiz,
en Veiga
y en el eterno Toledo.
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