la de
sus padres e hijos.
Solo
sangre traen,
la del
destino
que el
hombre maldijo.
Meses, años, vidas
desde
lejos, desde siempre,
viendo
el horizonte ceder
hacia
uno nuevo y fijo
con su
sombra sobre la valla
al
amanecer.
Traen también
un sueño,
cambiar
la pesadilla
y vivir
los reflejos
desde
esta orilla
de un
destino menos sombrío,
más
suyo, más dueño.
Y mueren
en el intento
infernal
de cumplirlo,
en el
desierto, en la mar,
de
rodillas…
de
hambre.
Lancha
sin aire,
sin aire
el pecho,
ahogados,
agotados
en la
frontera, heridos de cuchillas,
ofendidos,
sin sangre ni lecho.
Y a quien
vive le quedan
de
suplicios años
recordando
sus estrellas
en
silencio, llantos
mirando
estas, seguro, menos bellas.
Sus
vidas no valen nada,
ni la de
nadie si no llegan,
si el
aire soñado no les roza el rostro.
Pero si
escapan de la reprimida manada
el
precio lo ponen otros:
los
despechados, suficientes groseros,
ellos
ponen el precio
de
subsistencia almacenada,
de paseantes
nocturnos
del
silencioso llanto
que
dobla el cuerpo más recio.
Nacieron
en mal sitio de miseria
y han
trasportado su sangre
a la
casilla del destino ingrato
donde,
sin querer quererlos, los usan,
y donde
bajo esa luna conocida
haciendo
tiempo, deambulan
soñando con
ver que se levanta
en su
existencia un rato
la
espesa bruma que de sus vidas abusa,
vidas
que maltratadas y valientes
buscan
un hueco en la vida
que ya
lo tienen en la muerte.
Ricardo Garcia-Aranda Rojas (Toledo, 20-12-2014)
Brutal!!!
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