Los tengo delante, en recientes retratos para que las células
cerebrales, ya desgastadas de tanto esfuerzo casi siempre inútil, no me vayan
haciendo malas pasadas.
Eugenio, el primero, de golpe,
reposando.
Juan, cuándo más lejos
(¡mierda!).
Justiniano, después, sufriendo
lentamente el gran deterioro en sus propias células. Paco, dejándose ir al
ritmo de su vida. Chema, dónde él era más él, encima de su moto. Tomás, ¡qué
rápido!, cuando supe, te habías ido.
Y José Antonio, Julio, Miguel,
Enrique, Luigi. Y Rafa, también carcomido por células ingratas.
El otro Eugenio, mi padre, ya de agotamiento Y
Ángel, hasta dónde pudo.
Lo de Tanis se me fue clavando,
retorciendo en algún sitio extraño distinto al controlado cuerpo. Qué desastre,
qué injusticia.
Todos están aquí, conmigo, y con
Fernando y con Pablo. Tres viejos que vamos quedando para ir contando cosas de
ellos. Están aquí porque hay ósmosis profundas y visibles. Muy visibles entre
quienes vivimos juntos en el mismo túnel
y en la misma playa….
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